domingo, 27 de octubre de 2013

La gotera fantasmal

Hace algún tiempo alguien, ya no recuerdo quién, me contó un extraño fenómeno que había ocurrido en los pueblos altos de la montaña turonesa hacía décadas; entonces tomé nota y lo dejé enfriar, pero el otro día pensando que aún podían quedar testigos que recordasen algunos detalles del asunto decidí pedir consejo a Marcelino Escudero
Él es presidente del «Coro Minero» y uno de los mejores conocedores de la zona, como lo ha demostrado en su libro «La herencia minera del valle de Turón», donde resume perfectamente los últimos 150 años de un mundo al que se ha puesto recientemente punto final con la clausura del Pozu Figaredo.
Marcelino no tardó en dar con los personajes que guardaban memoria de lo sucedido y así la otra tarde, a la sombra del castillete de otro pozo emblemático, el San José, los dos pudimos tomar café y charlar con Arcadio Gutiérrez, uno de esos hombres que te miran de frente dejando ver la verdad en sus ojos y al que no le cuesta contar los hechos que vivió en primera persona desde sus inicios. Veamos.
Todo comenzó hacia el final del año 1952 en Vallicuerra, uno de los trece barrios en que sus habitantes dividen la Güeria de Urbiés y donde vivía entonces Rosario, su madre. Dicen las estadísticas que en aquel año de cada cien personas que trabajaban en Mieres sólo uno lo hacía en el campo, once en el sector servicios y ochenta y ocho bajaban a las minas o se empleaban en la Fábrica; como consecuencia en el Turón de entonces no faltaban los salarios y no había edificación, vivienda e incluso hórreo que se pudiesen habitar y estuviesen vacíos.
La calma había llegado también hasta los montes con la muerte en Xuan Cabritu, cerca de La Peña, de los últimos fugaos El Rubio de la Inverniza, El Guaje y Morín, delatados, según contaban, por un infiltrado que la Guardia Civil había logrado sumar al grupo guerrillero; pero a pesar del alto número de habitantes y de los tiros que cerraban el capítulo de la guerra civil, las cosas eran más tranquilas que ahora y al llegar la oscuridad -sin televisiones ni tubos de escape atronando las caleyas- reinaba la paz y podían escucharse con nitidez los juegos nocturnos de los gatos o el silbido del viento entre el ramaje.
Aún hoy, cuando muchos de estos pueblos ya están sumidos en el abandono, la tranquilidad es uno de los reclamos con los que se quiere atraer a los turistas hasta esta puerta de entrada al Paisaje Protegido de las Cuencas Mineras.
Una noche, Rosario estaba desvelada, no acababa de coger el sueño y un ruido rítmico e incesante la molestaba. Sonaba como el chasquido entre seco y metálico que produce la chapa de la cocina al enfriarse, un sonido que todos los de aquí conocemos bien, pero que es difícil de describir a quienes no lo han escuchado nunca; de repente, la mujer cayó en la cuenta de que la última paletada de carbón debería haberse consumido hacía un buen rato y, sin embargo, el lento repiqueteo no perdía fuerza; pensó que era extraño, pero ya estaba tan cansada que finalmente acabó quedándose dormida sin darle más vueltas.
A la mañana siguiente, las preocupaciones cotidianas no dejaron tiempo para acordarse de bobadas y el día fue pasando con el trajín habitual del trabajo de la casaÉ hasta que de nuevo la penumbra volvió a caer sobre la Güeria y otra vez la calma nocturna se vio alterada por el ruido misterioso. Fue inútil levantarse a buscar su procedencia; fijándose mucho parecía proceder del techo, así que seguramente se trataba de una gotera del desván. En las jornadas siguientes el fenómeno volvió a repetirse con insistencia, de manera que se hizo inevitable buscar su origen y la sorpresa vino al comprobar que en el altillo no había ninguna humedad.
Rosario empezó entonces a tener la certeza de que la gotera no era de este mundo, y un hecho fortuito vino a confirmárselo: ocurrió una tarde mientras comentaba los hechos con una vecina, y otra pariente recién llegada interrumpió alarmada la conversación para contar que en su casa de El Cantu, otro de los barrios de La Güeria, estaba pasando lo mismo.
Al desconcierto le siguió el miedo y al volver al hogar se lo dijo así a su marido, pero la respuesta, como no podía ser de otra manera, fue tomarlo a broma; hasta que una noche, cansada de sus dudas, decidió pasar por alto que debía madrugar para ir al tajo y lo despertó para que también él pudiese escucharlo y le diese una explicación.
Lógicamente no la hubo y desde aquel momento los rumores sobre la gotera fantástica corrieron entre los vecinos, de forma que cuando uno perdió el miedo a hablar le siguieron los otros. En El Mayáu Carril, en el DochalÉ el fenómeno se sentía por toda la Güeria y eran muchas las casas en las que se vivía con temor desde hacía semanas. El ruido siempre era el mismo, el ritmo de las gotas fantasmales que venían de la nada se repetía por todas las casas sin que se supiese de dónde llegaba.
Arcadio Gutiérrez recuerda haberse levantado en muchas ocasiones, intrigado e incapaz de descansar, para buscar el punto exacto del que salía el ruido, y que en su casa parecía estar en la marcación de una puerta; en otros casos también parecía fijarse en otros puntos de las viviendas, pero en la mayoría, como en Vallicuerra, llegaba desde arriba.
A pesar del respeto que suponía traspasar el umbral de los desvanes a cualquier hora, todos acabaron visitándose en busca de cualquier pista que pusiese algo de luz en lo que estaba sucediendo, pero la lógica no existe en estas situaciones y había quien se pasaba horas mirando al cielo en medio de la penumbra nocturna buscando una lluvia que explicase las gotas y devolviese así el sosiego y la cordura perdidos, mientras las estrellas brillaban insolentes dejando claro que las alturas no tenían nada que ver con aquello.
Los ecos de la gotera fantasmal recorrieron todo el valle de Turón y durante meses los vecinos que padecían el suceso en la Güeria tuvieron que soportar los comentarios jocosos de los otros pueblos, pero cada noche la realidad de aquel fenómeno les volvía a enseñar que hay cosas para las que no encontramos explicación y que, sin embargo, están ahí y se dejan ver de vez en cuando. En esta ocasión duró casi un año, con todas las variedades del clima, sin que importase la nieve o el sol, para desmentir a quienes se empeñaban en defender que se trataba de un efecto de la dilatación o el enfriamiento de los materiales.
Luego, como vino se fue, desapareciendo poco a poco de las casas, aunque alguien lo atribuyó a las misas que algunas mujeres, entre ellas Rosario, la madre de Arcadio, pagaron para ayudar a las ánimas del purgatorio.
Éstos son los hechos, y quien se niegue a aceptarlos pone en duda la palabra de un pueblo honrado que no saca ningún provecho en mantener que la historia fue tal y como la contamos. A partir de aquí, vienen las explicaciones, y desde luego aquí sí que cada uno puede defender la idea que quiera. Yo, sinceramente, no encuentro ninguna y les doy mi palabra de que la he buscado por todas partes.
Entre la enorme variedad de fenómenos paranormales que reseñan los especialistas no he visto nada parecido; son frecuentes los ruidos inexplicables -los «raps»- sobre todo en las llamadas «casas encantadas», y entre ellos puede haber algún caso con golpes rítmicos que parecen salir de las paredes, pero no se sabe de ninguno que haya durado tanto tiempo ni que haya afectado a una zona tan amplia.
Si nos vamos a lo puramente científico, sucede lo mismo, una mala construcción o un leve desplazamiento en el terreno puede tener un efecto secundario de este tipo, pero tampoco se prolonga meses ni se nota en casas separadas por cientos de metros.
¿Y si fuesen las ánimas? San Agustín decía que el purgatorio era la purificación de aquellos que no accedían al cielo directamente, y la Iglesia católica ha defendido durante siglos que las oraciones y las ayudas económicas de los fieles vivos ayudan a acelerar ese trámite de los difuntos. Tal vez alguna alma en pena quiso hacerse notar derramando sus lágrimas de fuego por los montes de Urbiés para que le ayudasen a alcanzar la paz eterna. ¿Qué sabemos nosotros lo que hay detrás del umbral?

No hay comentarios:

Publicar un comentario